Según el manual de diagnóstico DSM-5, el autismo se caracteriza principalmente por problemas graves y permanentes en la interacción social, un campo de intereses limitado e hiposensibilidad o hipersensibilidad ante los estímulos del entorno [1]. Cuando se da desde la infancia (y ello obstaculiza seriamente el normal funcionamiento), puede producirse un diagnóstico de trastorno del espectro autista (TEA).
El diagnóstico del TEA se construye a partir de la observación del (propio) comportamiento. Se realiza un test de inteligencia para examinar el nivel de desarrollo social a nivel intelectual. Sobre esta base se obtienen conclusiones acerca de la adaptividad de la conducta. ¿Pero en realidad qué nos cuenta nuestra biología sobre el autismo?
La base neurobiológica del autismo está aún en pañales [2]. Esto se debe, entre otros, a la auténtica proliferación de "genes del autismo" que hay repartidos por todo el genoma. Además, hay muchísimos factores que determinan qué forma de conducta autista se expresa y en qué medida. De momento, una revisión de la Universidad de Pekín (China) demuestra en cualquier caso que el comportamiento autista se ve muy influenciado por la flora intestinal [3].
La flora intestinal, como es lógico, está permanentemente ligada a la dieta y el estilo de vida. ¿Podemos concluir, pues, que nuestro desajuste evolutivo vuelve a tener aquí también un papel?
Los investigadores hicieron una revisión de 150 estudios sobre los TEA. Lo primero que constataron es que ya en los años 60 se vio que existía una relación entre la problemática intestinal y el comportamiento autista. Por tu experiencia en consulta seguramente sepas de hace tiempo que muchas personas con autismo sufren problemas gastrointestinales, como diarrea, estreñimiento y flatulencia.
Estos síntomas provienen de un desequilibrio entre las bacterias favorables y desfavorables en el intestino. Además de eso, las personas con autismo suelen presentar hipersensibilidad al gluten y la caseína. Todos estos factores (evolutivamente recientes) influyen en el cerebro a través del eje microbiota intestinal-cerebro (o eje cerebro-intestinal) [4].
En muchos de los estudios utilizados para la revisión resultó que, según los científicos, el restablecimiento de la flora intestinal puede eliminar los síntomas del autismo: "En nuestra revisión miramos la suplementación con probióticos y prebióticos, la alimentación (por ejemplo, dietas sin caseína y sin gluten) y el trasplante de heces. Todas estas intervenciones tuvieron un impacto positivo en los síntomas del TEA" [5].
Los síntomas del autismo que mostraban mejoría solían ser el comportamiento repetitivo, las habilidades sociales y la comunicación. Sobre todo la mejora de estas dos últimas puede tener un efecto positivo en el funcionamiento de la persona, tanto en el trabajo como en su entorno personal.
Lo que llamamos autismo es un equilibrio entre genes y comportamiento, epigenes y entorno. Este equilibrio puede romperse bajo la influencia de una flora intestinal nociva y un sistema inmune activado en bajo grado. Pero si los "genes del autismo" son tan malos, ¿por qué no han sido filtrados a lo largo de nuestra evolución?
Martin Brüne, catedrático de neuropsiquiatría cognitiva de la Universidad Ruhr en Bochum (Alemania), menciona algunas ventajas evolutivas que podrían aplicarse a diferentes subtipos de conducta autista [6], confirmando al mismo tiempo el fenómeno de que el grupo de personas con TEA no es ni mucho menos homogéneo.
Una posible ventaja del TEA es la K-selección. Esta estrategia de supervivencia podría permitir conservar a largo plazo las fuentes de subsistencia. Estrategias relacionadas serían recopilar y guardar, pero también invertir en relaciones a largo plazo en vez de en contactos fugaces.
También menciona como estrategia la baja aptitud. Se trata de mostrar un comportamiento de apego dependiente o alterado para conseguir más atención, protección y cuidado por parte de los padres. Esto podría aumentar las probabilidades de supervivencia.
Finalmente, él contempla la posibilidad de que se trate de un pacto. Las habilidades sociales podrían estar menos desarrolladas en beneficio de una inteligencia general (o quizá técnica) más elevada. Eso sí, esto se refiere solo a las variantes más funcionales, como el (antes llamado) asperger.
La terapia cognitivo-conductual, poner conciencia y autoconciencia en la forma de pensar de otros (teoría de la mente), la terapia relacional y el contacto con otros pacientes son en este momento las formas más eficaces de enseñar al cliente a manejar el autismo. También la adaptación del entorno, como un lugar de trabajo específicamente amueblado (con pocos estímulos), puede facilitar la funcionalidad del individuo. Y en esta lista tampoco puede faltar una intervención intestinal intensiva.
Pero no solo merecen atención los factores sincrónicos: se trata también, en definitiva, de mecanismos de acción (evolutivos) diacrónicos. Por eso siempre se debería mirar el aspecto adaptativo de las patologías como el TEA. Aunque queda mucho por investigar, de esta forma los síntomas se verán como el resultado de relaciones (alteradas) entre la persona, la psique, el intestino, la dieta y el entorno. O, en algunos casos, quizá incluso como una ventaja evolutiva.
También es importante no medicalizar enseguida, según Brüne: "Cuando se contemplan los trastornos psiquiátricos como variaciones extremas en vez de desviaciones de la norma, se vuelve aceptable que lo importante sean los aspectos adaptativos de cada uno de los síntomas, síndromes y patologías" [6].
Esta visión no solo aporta más comprensión al profesional de la salud, sino que es también la base para una mayor autoconciencia para tu cliente.
[1] https://www.autismspeaks.org/what-autism/diagnosis/dsm-5-diagnostic-criteria
[2] Bears et al., Neuroscience, exploring the brain, p. 803.
[3] Qinrui Li et al, The Gut Microbiota and Autism Spectrum Disorders, Frontiers in Cellular Neuroscience (2017)
[4] Pruimboom L., DMH-communicatie is bidirectioneel, OrthoFyto (juni 2017), pp. 12-9.
[5] https://medicalxpress.com/news/2017-06-autism-gut.html
[6] Brüne M., Textbook of Evolutionary Psychiatry & Psychosomatic Medicine (2nd edition), Oxford University Press (2016), pp. 142-6.